Con esta nota seguimos con una serie de pensamientos en torno a la polémica sobre la supuesta necesidad de bajar la edad de imputabilidad de los chicos y adolescentes. Desde este blog, ya planteamos nuestra posición: el planteo es una payasada.
En las páginas finales de su libro Los Pibes Chorros (de la colección Claves Para Todos), el sociólogo Daniel Míguez (quien desde hace años trabaja con jóvenes en conflicto con la ley penal) concluye que las políticas de control policial y la creación de barreras físicas (rejas, chequeos policiales, alarmas, etcétera) para disuadir a los delincuentes y reprimir el delito, sólo atacan el efecto y no la causa del delito. En lugar de ser orientaciones preventivas que eviten que una persona se torne delincuente, están destinadas a evitar que quienes ya son criminales logren sus objetivos.
Estás políticas represivas, apunta Míguez, son inevitables, ya que en toda sociedad existe siempre un grupo de personas que transgrede la ley. No obstante, el sociólogo advierte que la mera política represiva, policial, no es eficaz en cuanto a la medida de fondo. “Su atractivo para la opinión pública reside en que sus efectos son inmediatos; pero el problema radica en que muchas veces estas soluciones no son de largo aliento”, desmitifica.
Los atajos, por lo general, no terminan por ahorrar camino.
Rubén, un pibe que durante años estuvo encerrado en un instituto de menores de Córdoba, no tiene dudas: “Si fuera presidente, le doy trabajo a todo el mundo y vas a ver cómo disminuye el chorreo”, dice luego de pensarlo sólo dos segundos. Se refiere, claro, a los asaltos a punta de revólver o con una objeto filoso, y no a los de «guante blanco».
En estos días donde se alzan los clamores contra los asesinos que usan navajas, el escritor uruguayo Eduardo Galeano se pregunta: ¿Por qué no exigen la pena de muerte contra la injusticia social?