El dolor infinito tras la violencia urbana


Franco Tapia (18) fue el tercer joven asesinado en 2013 en Marqués Anexo, de la ciudad de Córdoba. Su madre reclama justicia. Los vecinos cuentan cómo es vivir con miedo a cada rato.

Por Juan Federico

“Los matan como si fueran cualquier cosa, ¿de dónde salen tantas armas?”.

Sentada en el patio de su casa, Lorena no encuentra las palabras. En silencio, busca y busca hasta que, de a poco, va expresando un dolor indecible.

Su hijo, Franco Tapia (18), se convirtió a fines de 2013 en una víctima más de la violencia urbana en Marqués Anexo, un barrio de la zona norte de la ciudad de Córdoba castigado por los tiros, los “quioscos” de droga y la falta de expectativas.

Un sector dividido en fronteras internas, invisibles, que pese a la fuerza de los acontecimientos, no se acostumbra a digerir tanta agresividad.

“El barrio de la muerte”, lo catalogaron algunos, aunque quienes allí sobreviven se empecinan en demostrar todo lo contrario. Marqués Anexo (o el conglomerado conformado por El Pueblito, Ramal Sur y villa El Nailon) es, en realidad, un lugar donde los vecinos honestos, trabajadores y que, sobre todo, apuestan a la vida, son mayoría.

Son ellos los que más sufren la violencia, los tiros, las peleas, las discriminaciones, la inseguridad. A merced de las razias policiales, muchas han padecido, con mucho dolor, allanamientos en sus casas, donde jamás había llegado lo que buscaban los uniformados.

“No sabés lo feo que es que te allanen porque sí, que entren por la fuerza, a la vista de todo el mundo y te dejen todo dado vuelta”, describen antes de denunciar: “A los que delinquen en serio, a los que roban, a los que venden armas y drogas jamás los tocan”.

Ellos, por la fuerza de la realidad, saben que muchas tardes, después de las 20, hay que meterse todos adentro de los domicilios, con las puertas y persianas cerradas. Las promesas de tiros son frecuentes y, por lo general, se cumplen.

Sólo en 2013, tres jóvenes fueron asesinados en ese sector de la ciudad. Franco Narváez (16) fue baleado cuando iba en moto, en abril. Días después, ya en mayo, Brian Rivas (20) murió a manos de un grupo de vecinos, también alcanzado por un tiro. Adolescentes y un poco más grandes los que mueren y matan.

En diciembre, en los primeros minutos del sábado 28, Día de los Santos Inocentes, el nombre de Franco Tapia (18) se agregó a la lista de vidas perdidas en medio de tanto absurdo.

Desde 2004 hasta hoy, son 19 los chicos que alguna vez transitaron por los pasillos del Ipem 338, Salvador Mazza, de ese barrio, que murieron en episodios violentos cuando ya habían desertado del colegio, según un relevamiento propio de este diario. “Un curso completo”, supieron describir los docentes.

El sueño de la moto

Franco, cuenta su madre, tras dejar el colegio en tercer año, ahora había empezado a trabajar para una empresa de limpieza que lo contrató, hacía tres meses, para una reconocida firma de gaseosas.

“Quería trabajar y comprarse una moto”, era el sueño que Lorena apunta hoy como un anhelo trunco. “Estaba contento con su primer sueldo”, insiste antes de un nuevo silencio.

Las palabras se vuelven a extraviar. El dolor, infinito, insoportable, trastoca cualquier recuerdo.

Franco, durante la madrugada del 28 de diciembre último, estaba junto a un grupo de amigos de El Pueblito, en la vereda de calle 9 de Julio, debajo de la mora que hace mucho el grupo adoptó como refugio.

Alguien avisó que “los del Ramal” estaban rondando. Significaba que estaban buscando dar muerte. En Marqués Anexo, como en varios lugares de Córdoba, la violencia ya no necesita de demasiados preámbulos. Es lisa y directa. Cuando alguien dice que los están por atacar, es porque hay otro armado dispuesto a disparar a la vuelta de la esquina.

La moto no les dio tiempo a nada. Apareció veloz en medio de la oscuridad. Eran dos. Dicen que atrás iba “Corchito”, 17 años, con entradas y evasiones de Complejo Esperanza, el lugar para chicos en conflicto con la ley penal. Para la Policía y la Justicia, también fue él el que disparó. Los balazos, rápidos, fueron varios. Uno ingresó por el pecho de Franco, otro malhirió a “Miliki” (17) y un tercero lesionó en un brazo a “Gamuza” (16). Otros seis quedaron desparramados entre el suelo y la pared.

Se cree que cuando quiso guardar el arma en la cintura, “Corchito” se disparó por accidente en una nalga. Alguien lo dejó en la puerta del Hospital de Urgencias, donde quedó detenido. Su cómplice hasta hoy sigue prófugo, aunque en Marqués Anexo todos saben quién es.

Mientras tanto, en un auto particular los tres adolescentes baleados fueron llevados al cercano Hospital Infantil, en Alta Córdoba. Franco murió a poco de ingresar. “Gamuza” recibió el alta médica y “Miliki” aún se recupera de a poco.

“Corchito”, cuyo padre es uno de los personajes con más peso en el interior de villa El Nailon, se crió frente a la casa de Franco. De chicos, fueron amigos.

En un papel, Lorena termina dibujando aquellas palabras que se escapan por la fuerza del dolor. “Su familia –se lee– no tiene consuelo, está pensando en buscar un abogado para pedir justicia, aunque ni siquiera una condena lo va a devolver con vida”.

Publicado en el diario La Voz del Interior, Córdoba, Argentina, el domingo 12 de enero de 2014.

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